Corregir los errores. Nnnna. Corregir emociones. Cuando tendría dos o tres años, te has dado cuenta, jugaba con un pollo que me seguía a todas partes, hasta que en un descuido lo pisé. Ya. Me contaron que dije Ana, el pollo se ha roto y seguramente lloré. Nnnnos. Ahora entro en el cuerpo de un niño de dos o tres años, mi madre y mi prima Ana con la cara de las fotos de entonces. Pero no soy yo. Observo la escena como una película, no sé cómo era yo a esa edad ni mi madre ni mi prima, ni tampoco la historia, que no es un recuerdo mío. Las personas se mueven, hablan, ríen y yo estoy sin estar. Podría volver atrás y corregir todos los errores que he cometido. Éste no, no lo siento. Ahí voy.
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En el colegio, estoy en la escalera de atrás, sólo con Susana, porque Susana me gusta y siento que podría besarla, pero estúpidamente nos saludamos y pasamos de largo; y ahora sí nos besamos y es un beso torpe, apenas juntando los labios como una caricia olvidada y mis dedos se enredan en su pelo y al grito del maestro Susana también grita porque saqué de golpe la mano y los labios; nos miramos a los ojos antes de volver a clase, en un remolino fugaz, y Susana volverá a cambiarse de colegio, sin que desee buscarla. La vez que sea. Pensativo, atropellé un perro, lo miré a los ojos antes de volver al coche y salir acelerando, empujado por las bocinas de mi espalda; y ahora levanto con cuidado el perro, leo en la placa del collar su nombre y su dirección y lo llevo a su casa; me abre la puerta un anciano que se mueve como si yo no estuviera, le digo que he roto su perro, no parece escucharme, me da las gracias por la visita y decido llevar el perro al veterinario, eso es; no es nada grave, sólo le vendan una pata y devuelvo el perro al anciano, él me mira casi con los ojos cerrados, me dice cierra la puerta y siéntate pero me voy. Según el día. Un niño de dos o tres años me saluda, no le contesto, estúpidamente paso de largo mientras el niño grita cada vez más fuerte hola, hola, hola y yo mascullo entre dientes ya aprenderás; y ahora me giro, sin prisa alguna, le digo hola, hola, hola, el niño me devuelve el eco, me mira como si me viera por primera vez y me dice que quiere hacerme una foto; yo sonrío o ensayo una sonrisa, compongo la pose, el niño tiene una cámara con un flash enorme, similar al de los antiguos daguerrotipos, y cuando se dispara el niño sale corriendo, como pretendiendo superar la velocidad de la luz. Entonces. Dejé sonar el teléfono mientras leía en la pantalla el número; Mina se despedía, regresaba a Sicilia y era yo quien la abandonaba, después de haberme buscado para, como mínimo, una nueva conversación, aquello; y ahora descuelgo, no sé qué decir, nos quedamos callados los dos, escuchando nuestra respiración, al fondo los anuncios de los próximos vuelos de aviones, voces que hablan y ríen y yo sin estar; y hay como un beso torpe a través del auricular, los labios chasqueados en el aire, los ojos entrecerrados, me siento tan ridículo que pienso en que debo llevar el perro al veterinario, cualquier cosa, y con tierna ridiculez cuelgo. Todavía. Mentí cuando le dije que no recordaba nada de lo que había hecho, pero como supo ver mi farsa no la vi más; y ahora le confieso que soy el padre de las mentiras, que puedo contarle que me despidieron del trabajo, que pasé dos semanas intentando emborracharme en vano, que deseé su odio para dejarla sin remordimientos, que la evité con vanas excusas cuando me necesitaba para no sentir su dolor, que me acostaba con ella deseando pensar en otra sin lograrlo nunca; y ella me contesta que está bien, que todo eso ya lo sabía, que soy como una cámara enorme, que expreso todo lo que me pasa sin poder ocultarlo; le pido que se siente, que se quede, pero ella me mira a los ojos, sonríe o ensaya una sonrisa y se va sin que digamos nada más ninguno de los dos, esperando los créditos de la película y yo le doy las gracias por la visita. Descalzo. Le grité a mi hijo hasta que lloró cuando rompió un vaso, sin duda para llamarme la atención, mi hijo incrédulo, yo vuelto de mí; desde entonces me miró con un pozo de tristeza, como si hubiera descubierto el mundo, un olor tecleado; y ahora me acerco a él, le digo que está bien, no es nada grave, tenía que romperse tarde o temprano, lo estrecho entre mis brazos, lo aprieto a mí y al volver a mirarlo advierto por primera vez que también está roto como el vaso, como si hubiera descubierto el mundo, no parece escucharme, está sin estar. Abierto. Y ya no sé qué escena de la película me corresponde; ahora soy dos, dos figuraciones, dos recuerdos, y quizá sea ambos o quizá no sea ninguno.
martes, 8 de enero de 2008
Óneiros IV
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1 comentarios:
Me ha ilusionado ver que había vuelto Óneiros,pero esto supera mis mejores expectativas. Magnífico.
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